martes, 30 de enero de 2007

Como otra cualquiera

Te digo que como siguas mirándome así voy a caer rendida en tus brazos y no separarme de ti jamás; y tú te partes de risa. Y te ríes sin saber que estoy hablando completamente en serio.
Nací un 27 de Enero de 1.981, exactamente 225 años después que Mozart. Pero sin su forma de vivir la vida ni, por supuesto, su genio. Vamos, que soy una chica del montón, como tantas otras que rondan por la calle, que ni te fijas en mi pero tampoco paso desapercibida.


Nací un 30 de Marzo de 1.978, exactamente 175 años después que Van Gogh. No he heredado ni su imaginación ni su genialidad, pero sí su mismo carácter caradura.
Bueno, no sé si Van Gogh era o no un caradura, pero yo sí que lo soy. Aunque los que me conocen tienen distintas opiniones. Según mi madre soy un canalla, mi abuela dice que un caradura encantador, y creo que para ti simplemente encantador.


Hace años que te conozco, y desde entonces vivo en una constante confusión. Nunca ha habido nada entre nosotros y siempre hablamos de nuestra vida y de nuestros amores con toda confianza. Pero te malinterpreto las noches que apareces en el sofá de mi casa a charlar. Pero me despiertas contándome que anoche conociste a otra princesa. Y yo niego ante ti lo que de verdad siento por miedo a perderte.

Sabes que no puedo prometerte nada, que siempre ando buscando caricias que no son las tuyas. Sé perfectamente que mientes cuando dices que por mí no sientes nada. Y muchas veces pienso en desaparecer de tu vida para no hacerte daño.
No me acostumbro a vivir a lado de nadie. No conservo las ganas de querer compartir mi mundo con nadie. No echo de menos a del todo a nadie y, sin embargo, sí en parte.

La verdad es que no sé si eres realmente consciente de lo que haces o crees mis mentiras cuando te digo que no, que por ti no siento nada. Eres quien me hace reír y quien me pone de mal humor, mi cielo y mi suelo; eres mi esperanza y también quien me desespera. Y yo sólo soy lo que quieras tú.

Pero a pesar de que mi conciencia me grita que me aleje de ti, hay algo que me impide separarme de tu lado. Porque contigo puedo hablar como si no te conociese de nada; no porque no tenga confianza contigo si no todo lo contrario. Al revés que el resto de los que me rodean, tú no me juzgas, ni me compadeces, ni me dices lo que quiero oír. Sólo escuchas y me ofreces tus consejos, consciente de que la mayoría de las veces no los voy a seguir, y me echas la bronca y me recriminas sin miedo cuando me equivoco. Pero sabes que en ti confío y que hasta soy capaz de derramar lágrimas en tu presencia.

A pesar de todo soy una persona que aparenta seguridad y confianza en sí misma. Eso lo aprendí de ti. Eso y tantas otras cosas. Porque eres tú quien cada día me lleva de la mano y me hace crecer, aunque muchas veces yo no quiera. Y me enseñas a ser feliz y a preocuparme menos por las cosas, porque conoces todos mis secretos y lo que ahora me parece un problema, en unos pocos minutos lo conviertes en algo insignificante.

Soy el único que sabe lo que se esconde tras esa coraza de hielo, tras esa imagen de mujer fría. Caminas siempre con paso firme, como si fueses dueña del suelo que pisas, pero por dentro estás temblando de miedo a equivocarte o que alguien te haga daño.
Pero esa distancia aparente que muestras al principio, hace que algunas veces la gente, o incluso tú misma no vea lo que realmente escondes. No te reprimas por nadie. Cuando la felicidad llame a tu puerta, aprovecha la ocasión y sé feliz. Puedo decirte por experiencia que las oportunidades aparecen pocas veces en la vida y si las dejas escapar te arrepentirás siempre.

Cuando cierro los ojos sueño que me quedo dormida en un rincón de tu cuerpo, pero al despertar sólo estoy abrazada a la almohada.
Cuando cierro los ojos quiero que al abrirlos estés de nuevo junto a mí. Pero esta tarde todavía no has llegado, y ahora estarás derritiéndote en otros brazos.

Muchos días te quedas dormida en el sofá, y yo no me atrevo a despertarte. Y tu cuerpo, así quieto, casi inerte, tiene alma, vida propia, independientemente de tu persona.

Cuando cierro los ojos al abrirlos busco el reloj, pero apenas han pasado segundos desde la última vez que lo he mirado. Son sólo segundos, pero cada uno que pasa esta noche te aleja de mi casa. Cuando cierro los ojos, cada segundo que avanza, te veo besando otros labios.

Igual que las antiguas locomotoras de vapor, que aunque estén quietas al final de la vía, cuando parece que hace mucho que hicieron su último viaje, de vez en cuando, casi sin querer, resoplan como si quisieran reivindicar su presencia, y se esfuerzan por no caer en el olvido.

Pero es posible que todavía no se haya hecho demasiado tarde, y que ahora estés camino del sofá que tengo enfrente. Y es posible que esta noche no vaya a llegar nunca, porque, cuando no estás, tu lugar lo ocupan fantasmas que paran el tiempo para que no aparezcas nunca.
O también es posible que ya hace varias noches que no has venido, que te has marchado lejos. Y yo sigo aquí, consumiéndome, con la mente en la noche que te fuiste y la mirada perdida, sin saber que esa puerta no la vas a abrir nunca.
Entonces apareces; y los fantasmas se desvanecen, y casi ni me acuerdo de que han venido a verme. Entonces apareces; y del susto, el reloj vuelve a correr, ahora con un tic tac acelerado. Entonces apareces; y hasta la bombilla fundida de la escalera me parece que da una luz perfecta. Entonces apareces. Y es sólo ahora es cuando siento que estoy en casa.

Por fin creo que está empezando a cambiar tu actitud hacia mí. Después de varios días que estás rara, hoy te veo diferente, me miras con otros ojos. Empiezas a ser libre, a mostrar, al fin, todo lo que eres. Creo que llevas tres días perdida, pero hoy vas a dar el paso.

Hoy tengo uno de esos días malos, en los que todo es un completo desastre y casi roza el absurdo; uno de esos días en los que nada me sale bien. Y en los que me esfuerzo en no pensar, en no darle vueltas a esta cabecita. Pero no es posible. Y me concentro en espantar la lágrima que ya lleva varios días tratando de asomar y me está nublando la vista.
Me busco constantemente. Pero en realidad no sé que es lo que necesito, sólo sé que quiero encontrarme y despertar y volver a sentir con fuerza. Necesito volver a verme con ganas de correr, de vivir y de soñar. Y que esas ganas me alimenten con más ganas todavía.
Que nadie pueda decir nuca que no estoy intentado olvidarte. Y es que si dejo la llave puesta, la puerta no se va a abrir nunca.
Hoy tengo ganas de saltarme todas las normas, de no tener fin. De tener a alguien cerca cuando despierte por la mañana. Me pongo los tacones y salgo a volar. Nuca más pienso volver a decir “hace mucho tiempo que no…”

Llevamos varios días sin vernos. Últimamente estás teniendo una vida social ajetreada, y eso me gusta. Me gusta verte feliz. Tengo ganas de llegar a tu casa y me cuentes como te va.

Te abro la puerta y me besas en la mejilla, como siempre. Cuelgas el abrigo también donde siempre. Sentados uno junto al ostro comenzamos a contarnos estos días, hasta quedar en un cómodo y tranquilo silencio.

Me ofreces un café bien cargado, negro y amargo, de esos que tomas a todas horas y escapas a la cocina. Mis ojos te siguen hasta la cocina, pero hoy mis pies se van detrás.

Como por casualidad, al pasar por mi lado me das un beso rápido y suave en la nuca.

Me devuelves una tierna caricia por el pelo.

Vuelves al salón y yo me acerco, dejando los cafés en la mesa.

De nuevo en el sofá te acercas inclinando el cuerpo. El escote más abierto, o por lo menos a mí me lo parece. Tus piernas casi sobre mí.

Tus dedos rozan mi mejilla, con la misma naturalidad de siempre, pero esta vez un segundo más de lo necesario.

Te miro a los ojos y esta vez veo muchas más cosas que hasta ahora. Veo lo que siempre me ha encantado de ti, pero también te veo con el mismo deseo que al resto de mujeres que han pasado por mis brazos.

Me miras a los ojos y ese instante me parece una eternidad. Me doy cuenta de que te gusto, pero no sé si como amiga o como mujer, pero no me atrevo a preguntarte.
Tus largos dedos acarician la taza de café. Empiezo a imaginarme que esos dedos se deslizan por mi piel desnuda. Estoy a punto de retirar la mirada por temor a que te des cuenta de lo que estoy pensando.

Tus ojos me están invitando de forma seductora. Te cojo la mano y te acaricio los dedos. Paro un instante, por un momento creo que vas a decir algo, pero callas. Te cojo de nuevo la mano y te beso uno a uno los dedos.

Acercas tus labios a los míos y empiezas a besarme. Por fin descubro tu sabor, que nada se parece a lo que había imaginado, tan dulce y saldado a la vez.
Poco a poco un escalofrío desciende desde mi nuca por toda la espalda.

Me encanta tu forma de besar; es tal y como a mí me gusta. Me llenas la boca y dejas que nuestras lenguas se escurran una hasta la otra. Tus labios son calidos, carnosos y sabrosos. Nos estamos besando casi con miedo, y ala vez con prisa, como si tuviésemos quince años.

Vamos. Vas al dormitorio, yo simplemente te sigo. Me sujetas fuerte, como si temieses perderme. Tus brazos me envuelven por completo. Una de tus manos está detrás de mi nuca y la otra rebuscando el sujetador debajo de la camisa. Parece mentira, pero me estoy congelando de miedo.

Por fin consigo deshacerme de toda tu ropa y tú has hecho lo mismo con la mía. Contemplo tu cuerpo desnudo del que tan cerca he estado siempre, pero que nunca he probado. No tengo muy claro que es lo que estoy haciendo. De repente hace demasiado calor.

Sin saber porqué te levantas y sales de la habitación. Todos los escalofríos que tu roce me habían hecho sentir, en un instante se han convertido en confusión y preocupación.
Y cuando estaban a punto de convertirse en vergüenza apareces de nuevo bebiendo una lata de refresco. Te acuestas a mi lado y me das de beber. Inclinas la lata y el frío líquido comienza a deslizarse desde mis pechos hacia mi ombligo.

Pero con mi lengua consigo que no se derrame ni una sola gota. Te cubro con el cuerpo y continúo besándote. Noto que tienes la piel de punta, y a cada roce te revuelves en un escalofrío.

Aprietas tú cuerpo contra el mío, haciéndome prisionera con el colchón. Nunca pensé que sería tan placentero hacer el amor contigo: tan dulce en todas tus caricias, pero violento cuando es necesario.

Estás mareando todos y cada uno de mis sentidos. Ahora eres dócil y un minuto después dominante. Nos compenetramos como si llevásemos toda la vida juntos y a fuerza de repetir hubiésemos conseguido una coordinación perfecta.

Sin que me digas una sola palabra, sé que es lo que quieres que haga en cada momento. El escalofrío que antes bajaba por mi espalda, ahora recorre sin parar mi cuerpo.

Me tienes casi sin aliento, pero tu respiración acompasada me está pidiendo que no pare nunca.
Estoy cansado y agotado, pero nunca me había sentido tan vivo como ahora. Me acurruco en un rincón de tu espalda y empiezo a soñar con despertar mañana contigo, dormida junto a mí.

Esta noche tus manos, tus labios y todo tu cuerpo acaban de dejar al descubierto un hueco doloroso que yo había ido llenando con las manos, los labios y los cuerpos de otros hombres; y, que así, puestos unos junto a otros, sin orden alguno, forman una especie de coraza que casi se parece al olvido. Pero con un solo roce la has desmoronado.
Ni siquiera hemos cruzado una sola palabra antes de que te durmieras, pero yo no puedo dormir. Me acabo de dar cuenta de que me había enamorado de ti de la forma en que una mujer se enamora de un hombre al que nunca espera conocer, que lo admira y lo ensalza y que sabe que el día en que lo conozca y lo posea todos sus sueños se vendrán abajo.
Nada más bajar a la calle y alejarme de casa, un viento que no sé de donde ha salido, ha sacudidazo algo por el suelo, y me ha rozado la cara, un poco. Por un momento he llegado a creer que era una lágrima. Pero no, ahora ya no te necesito.

Aún tengo tu sabor en mis labios y me doy la vuelta para encontrarte a mi lado. Confundo tu respiración con el viento de madrugada y, con un nudo en el estómago, descubro que te has ido sin decir nada. Te busco por toda la casa, pero el bolso que habías dejado en la entrada ya no está allí.

Acaba de amanecer y todavía estoy paseando por las calles. Desayuno algo rápido y me voy directa a trabajar.
De vuelta a casa voy rodeando entre las callejuelas. Tengo miedo de que al llegar sigas allí. Sé que es una forma cobarde de actuar, pero es que necesito un poco más de tiempo. Necesito aclarar mis ideas y si te tengo enfrente soy incapaz de pensar.

Esta noche casi es verano, pero ha oscurecido demasiado pronto. Tú no me has llamado y yo no me he atrevido a llamarte.
Ha pasado casi una semana desde la otra noche, y hoy en nuestra cita semanal para comer parece que has decidido actuar con toda naturalidad, como si quisieras que lo que paso no afecte para nada lo que había hasta ahora entre nosotros.
Por un lado me alegro de que sea así, pero algo más adentro me empuja a decir cosas que no sé si te van a alejar para siempre o todo lo contrario. Por fin me atrevo a preguntarte que es lo que sientes tras aquella noche, si aquella noche pudo ser el comienzo de la segunda parte de nuestra historia.

Te digo que no. Pero antes de preguntarle a mis sentimientos ya había decidido que no pensaba seguir adelante. Mentiría. Te diría una mentira si negase que no te recuerdo cada vez que beso a alguien o cuando hago el amor. Pero ahora eres el pasado. El presente son otros, que me recuerdan a ti pero al mismo tiempo me hacen olvidarte.
Me dices que crees que te has enamorado. Amor. Es fácil decir esa palabra. La he oído en más de una ocasión y por eso ahora apenas la creo cuando la escucho. Y yo no quiero decirla, porque cuando sale de mis labios lo hace completamente en serio, y no quiero tener luego que arrepentirme.

Llegó el dolor. Siempre había pensado que pasaba por delante de la puerta sin llamar; pero esta vez se ha metido en mi casa y a dormido en mi cama. Y, por la mañana, al despertar, seguía aquí, abrazado a mí. No como tú.

Esto no tiene nada que ver contigo. Es la forma menos dolorosa que encuentro de estar cerca de ti. No me preguntes porqué, pero sé que no funcionaría. Como tú sabes tantas veces que me estoy equivocando, y no me das explicaciones, porque no las tienes, pero al poco se descubre que tenías razón. Te conozco y pronto te cansarías de mí.

Llegó el dolor. Y se llevó el sabor de tus labios, se llevó el calor de tu cuerpo. Dejo tu dulzura y tu ternura, pero tu lado de la cama vacío me recuerda que no son para mí.

Y como voy a añorarte o echarte de menos si has sido tú quien se ha encargado de borrar toda esperanza, todas las ganas de querer estar contigo. Si, día tras día, todo este tiempo atrás, me has dicho, me has convencido de que no había nada, de que yo a ti no te quería.

Llegó el dolor. Y se lo llevó todo. Y eso que se supone que no había nada. Que yo por ti nunca había sentido nada.

Sola al fin. Ya no se oye más que el rodar de algunos coches y a ese perro de la viuda del segundo que reclama su cena todos los días a la misma hora. Pero ella nunca se acuerda. El mismo día en que perdió a su marido, también perdió el sentido del tiempo.
Lo mismo me sucedía a mí antes. Los minutos que no estabas a mi lado eran hojas en blanco en mi diario. No merecía la pena recordar nada si no tenía que ver contigo. Pero ahora las hojas se llenan de letras alborotadas casi sin querer.
Y todo me parece hermoso. Hasta la lluvia que está llamando a mi ventana me parece hermosa. Me gusta la lluvia. Me gusta caminar bajo ella. Y no me importa lo que la gente ni tú podáis pensar.

Llueve. Llueve como si quisiera desvanecerse todo, borrarse. Ya es de noche. No se si salir a buscarte entre las calles o quedarme mirando tu fotografía. Es lo más cerca que puedo sentirte en estos momentos.
Y ahora hablas y ríes, y eres más tú que nunca. Y me cuentas todo lo que quieres contarme, y no callas. Y sabes que hay muchas cosas que me gustaría decirte, pero casi ni me dejas. Me gustaría decirte que te sigo amando cada noche en sueños, pero callo.
Cierro los ojos y todo se me antoja a ti. Pero ya ni tus ojos me miran. Los tengo frente a mí, sí, los veo; pero antes sabía lo que me querían decir y ahora se han vuelto dos desconocidos para mí.

Y a veces quiero que todo hay sido sólo un mal sueño. Que despierto cada mañana acostada a tu lado. O que despierto cada mañana y cada uno estamos por su lado.
Nunca sabré si estoy cometiendo el mayor error de mi vida. Ayer creía que sí porque te vi, y el escalofrío recorrió de nuevo mi espalda. Pero hoy puede que no, porque te tengo a mi lado, como amigo incondicional que siempre has sido, pero mi alma está libre para otra persona.

Quiero tu cuerpo entero, tu presencia plena. Pero sólo puedo conformarme con no tener tu presencia, con abrazar la borrosa sombra que me dejó tu ausencia. Y paso las noches llenando de besos los labios de otros cuerpos, pero ahora creyendo, queriendo creer, que son los tuyos. Y quiero dejar de decir tu nombre y, sin embargo, no puedo.
Siento que una lágrima recorre mi mejilla cada vez que recuerdo tu cuerpo debajo de mí. Y me pongo a darle vueltas a la cabeza. Inconscientemente, esté donde esté, me descalzo, sometiéndome una vez más a esa estúpida manía infantil de la que no conseguiré desprenderme jamás.

Y que es lo que queda después. Un número de teléfono que se va borrando con el paso del tiempo, el sobresalto al oír el timbre. Queda la costumbre de preparar desayuno para dos….

Aunque nos sigamos viendo casi todos los días, tras cada despedida, sin que lo sepas, te sigo por las calle, porque siento que a cado paso que te estas alejando entre la multitud, te estas alejando de mi vida.

Sigo viviendo y actuando como si nunca hubiese pasado nada. Y continúo haciendo las mismas bromas contigo. Y espero cada noche en el sofá hasta que apareces. Y me sigues hablando y contando tus historias, como siempre. Y tu beso en la mejilla, y tu compañía.

Decía una canción “que al lugar donde has sido feliz no deberías tratar de volver”, y a mí me está costando no ir a tu casa. Y allí estás, pero a veces es como si no estuvieses.
Y cierro los ojos para no perder tu voz a suspiros y pensar que te miró muy de cerca y te digo sin palabras que te quiero.
Un día amaneces y todo roza la perfección, y en el desayuno puedes ahogar las caricias que aún faltaban de la noche anterior. Pero hoy creo que es la caja de Pandora la que se ha abierto y noto que ya no queda nada dentro.
Aquella noche intenté que al hundir mis dedos en tu piel se fundieran con ella. Pero no lo logré. Y ahora que estás aquí delante podría cogerte la mano más fuerte todavía para que no escapes nunca. Pero no lo hago. O darte las gracias, otra vez, por ser como eres.
Echo tanto de menos tus ojos que muchas veces me descubro recortando de las revistas algunos que se les parecen, y labios como los tuyos cuando ríes, cuando piensas, cuando haces como que te enfadas…
Nos conocemos desde hace tiempo, pero nuestra historia se escribió en una sola noche. Aquella noche. Y ha sido una historia de amor como otra cualquiera. Como la de las comedias románticas que me obligas a ver en el cine o, incluso como las que apareces en las películas sin sustancia que yo alquilo a traición. Sólo con una pequeña diferencia, esta no ha tenido un final feliz. Siempre, desde pequeños, nos han contado cuentos o hemos visto con nuestros propios ojos que, al final, por muy negro que sea todo lo demás, en el último segundo triunfa el amor. Sé que suena cursi, pero siempre había creído que era verdad. Pero no es así. Nosotros estamos juntos, pero en el fondo estamos solos.

Y me he quedado sola. En mi corazón ahora se extiende un silencio que no es el silencia de la calma; es el silencio de la amargura, o más bien el de una triste despedida donde ya nada se puede cambiar. Es como una cueva muda, donde la agonía ahoga los demás sentimientos. Solamente un ruido sordo. Que todavía no sé si es el zumbar de mis oíos o el latir de mi corazón; queriendo salir, queriendo llorar.

Me dices que como siga mirándote así vas a caer rendida en mis brazos y no separarte de mí jamás; y yo me parto de risa. Y algo más se parte aquí adentro.



Zaragoza, mayo de 2006

2 comentarios:

Unknown dijo...

Sí, tenía que ponerlo...
Dicen que el dinero llama al dinero (no lo sé, porque nunca he tenido dinero sufiente para que llame a ningún otro), pero voy a probar a ver si se aplica con la inspiración.
Seguro que sí!

Evarraquel dijo...

ya tardabas en poner el relato erótico-festivo...jeje
me encanta